
Cuando pienso en grabar en América, Abya Yala para los nuestros, pienso en la irreverencia de un arte sin mercado. Las obras son en América como las enredaderas de la yunga, fecundas, invasivas. Tienen desde que nacen el capricho de vivir, la obsesión del eco, el lujo del aire y el impulso permanente del sol.
La Cocina y la Prensa
Hay días en que me levanto con ganas de grabar; me preparo el mate y me siento unos minutos con las gubias, pero pienso en infinitas cosas cotidianas o escucho el verdulero que todavía pasar por el barrio; y salgo corriendo a festejar las verduras, las comidas, los colores. Vuelvo a entrar y ya pongo una olla en la cocina para hervir alguna verdura, con mayor alegría si se trata de habas o alcauciles. Entonces estoy grabando, con la comida en el fuego, el trabajo en la cabeza, y por llamar a alguien que quiero.
Sucede mágicamente que, sea robado, prestado o todo nuestro, aparece el silencio: el rumor de la vida se aquieta y sentimos que nos espera, espera esa imagen, la nuestra. Nos ensimismamos con la madera y todo parece ser parte del propio cuerpo.
Grabar es la lujuria de lo manual y de lo ancestral, del procedimiento y del tiempo. Es el berrinche infantil del niño que se ensucia en el barro. Ya nos avisaron que existen máquinas, máquinas que sustituyen, si quisiéramos, nuestro trazo. Pero en algún lugar nos aferramos a nuestra huella primitiva.